Vida
Fue el segundo obispo de Antioquía, después de San Pedro. Conoció y trató a San Pedro y a San Pablo. Fue el mismo Pedro quien lo consagró obispo. Murió mártir en Roma, en el año 107, bajo el reinado de Trajano. No murió en una persecución en regla: sólo fue un regalo que la autoridad romana de Antioquía quiso hacer a Trajano con motivo de su victoria en Dacia. Yendo camino de Roma para sufrir martirio, fue muy bien acogido por diversas comunidades cristianas, que lo trataron con gran veneración, como si fuese el mismo Cristo. Como muestra de agradecimiento, San Ignacio les escribió diversas cartas, ricas en consejos y enseñanzas.Fue un hombre de carácter ardiente[1], con fuerte personalidad, y extraordinariamente ejemplar. Se daba a sí mismo el nombre de Teóforo (portador de Dios).
Obras
Durante el mencionado viaje a Roma, escribió 7 cartas: a Éfeso, Magnesia, Tralia, Filadelfia, Esmirna, Roma y a Policarpo (obispo de Esmirna).Redactó las tres primeras en Esmirna. Agradece en ellas las muestras de simpatía y los cuidados que tuvieron con él. Exhorta a la obediencia y les previene contra las herejías.Escribió a Roma también desde Esmirna, para que no se esforzaran por salvarle la vida. Esta carta, como ahora veremos, es la más importante.Redactó las tres últimas en Tróade. Allí conoció el cese de la persecución en Antioquía y pide que envíen legados a esa ciudad para que feliciten a los cristianos por la paz reconquistada. Les insiste en la unidad en la fe y en la obediencia al obispo. A Policarpo le da consejos especiales[2], pues era obispo de Esmirna: le habla particularmente de fortaleza, aconsejándole que se mantenga firme.El estilo de las cartas es sencillo y profundo, ardoroso y sin retórica. Suministran ricos datos sobre las primitivas comunidades, y son muy importantes para la historia de los dogmas. El papa Benedictos XVI en su audiencia del miércoles 14 de marzo de 2007 nos hacía ver que «Leyendo esos textos se percibe la lozanía de la fe de la generación que conoció a los Apóstoles. En esas cartas se percibe también el amor ardiente de un santo. Por último, desde Tróada el mártir llegó a Roma, donde, en el anfiteatro Flavio, fue dado como alimento a las bestias feroces. Ningún Padre de la Iglesia expresó con la intensidad de san Ignacio el deseo de unión con Cristo y de vida en él. Por eso, hemos leído el pasaje evangélico de la vid, que según el Evangelio de san Juan, es Jesús»
La cuestión ignaciana es una polémica que levantaron los protestantes con la intención de negar la autenticidad de estas cartas en las que se refleja netamente –contra lo que quisieran ellos- la antigüedad apostólica del episcopado monárquico. El motivo concreto fue que, en muchos manuscritos medievales, aparecían mezcladas las cartas de San Ignacio con otras seis cartas claramente espurias. La cuestión quedó zanjada con el descubrimiento de códices antiguos que traían sólo las auténticas, confirmando así el testimonio de Policarpo –contemporáneo de San Ignacio, que cita las cartas.
Doctrina teológica
Constitución jerárquica de la Iglesia. En las cartas de San Ignacio ya aparece claramente estructurada la jerarquía de la Iglesia. Distingue –dentro de la jerarquía entre obispos, presbíteros y diáconos. Al frente de cada comunidad de fieles hay un solo obispo[3]; el conjunto de los presbíteros es como su senado. La existencia de una neta jerarquía en el año 107 implica que es de institución divina: ya del Señor por sí mismo, ya del Señor por medio de los apóstoles[4].San Ignacio explica ampliamente las funciones de los tres grados de la jerarquía. Del obispo dice que tiene el lugar de Dios, y todos han de someterse a él como al Señor. El obispo puede actuar a se, sin los sacerdotes; y todo lo que se haga en su territorio ha de hacerse con su beneplácito: bautizar, casar, celebrar la Eucaristía, etc. El obispo tiene especialmente la misión de rechazar a los herejes, de poner paz, de cuidar de todos (viudas, esclavos, esposos, etc.) tanto espiritual como materialmente. Los presbíteros son el senado del obispo: han de estar unidos a él, ayudarle en sus funciones, animarle, etc. Los diáconos, inferiores a los sacerdotes, son como ministros o ayudantes. Los restantes fieles han de estar unidos por la fe y unidos a la jerarquía, especialmente al obispo.
El primado de Roma. La carta a los romanos es una muestra patente de la superioridad de Roma sobre las restantes comunidades. A éstas escribe en el tono de un igual o de un relativo superior (era como el primado de Oriente, sucesor de San Pedro); por esto, se permite darles consejos. A Roma, por el contrario, escribe con sumisión, no da consejos, y dice ser un esclavo, un condenado. Recuerda que Roma está fundada sobre Pedro y Pablo.Explica que la Iglesia de Roma está «puesta a la cabeza de la caridad»[5]. Esto no quiere decir que sea la más generosa, sino que está al frente de toda la Iglesia y preside toda la vida cristiana (ágape). También dice que esta Iglesia preside en la capital del territorio de los romanos; evidentemente, no se preside a sí misma, sino a las restantes comunidades cristianas. Además, les ruega que mientras que la Iglesia antioquena esté sin obispo, Cristo y ellos hagan de obispo.En esta carta habla de que la Iglesia es católica, universal: es la primera vez que se aplica este adjetivo a la Iglesia. Además, la llama «el lugar del sacrificio», haciendo alusión a la Eucaristía.
Cristología. Ya en su época corrían algunas herejías sobre Cristo. Los judaizantes pretendían que había que seguir practicando el judaísmo para salvarse, haciendo así vana la Encarnación. Los docetas, por considerar mala la materia, sostenían que Cristo no había tomado verdadera carne, sino sólo una apariencia. San Ignacio los atacó duramente: enseña claramente que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre[6], hijo de Dios e hijo de María, impasible y pasible. Al hablar de la Eucaristía emplea la expresión «carne de nuestro Salvador Jesucristo».
La vida espiritual. Resume la doctrina paulina de la unión con Cristo y la de San Juan de vivir en Cristo, diciendo que hay que imitarle como Él imitó al Padre eterno. A los romanos escribe: «permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios». La disposición para el martirio es la perfecta imitación de Cristo[7]; por tanto, es la perfección cristiana y un verdadero ser discípulo de Cristo.Explica la inhabitación de Cristo en el alma. El vivir y ser en Cristo, el identificarse con Cristo, no lo entiende como algo abstracto, sino que se realiza cuando estamos unidos a la jerarquía y participando de los sacramentos; de modo muy especial mediante la recepción de la Eucaristía
[1] Texto 1
[1] «No os hagáis ilusiones, hermanos míos. Los que corrompen una familia, no heredarán el reino de Dios» (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los efesios 16).
[2] Texto 2
[2] «Yo te exhorto, por la gracia de que estás revestido, a que aceleres el paso en tu carrera, y a que exhortes tú, por tu parte, a todos para que se salven. Desempeña el lugar que ocupas con toda diligencia, de cuerpo y de espíritu. Preocúpate de la unión, mejor que la cual nada existe. Llévalos a todos sobre ti, como a ti te lleva el Señor. Sopórtalos a todos con espíritu de caridad, como ya lo haces. Persevera sin interrupción en la oración. Pide mayor inteligencia de la que tienes. Está alerta, apercibido de espíritu que desconoce el sueño. A los hombres del pueblo háblales al estilo de Dios. Carga sobre ti, como perfecto atleta, las enfermedades de todos» (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a San Policarpo 2).
[3] Texto 3
[3] «Seguid todos al obispo como Jesucristo (sigue) a su Padre, y al presbiterio como a los apóstoles; en cuanto a los diáconos, respetadlos como a la ley de Dios. Que nadie haga al margen del obispo nada en lo que atañe a la Iglesia» (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epístola a los de Esmirna 8, 1; citado por CEC 896).
[4] Texto 4
[1] «Necesario es, por tanto, como ya lo practicáis, que no hagáis cosa alguna sin contar con el obispo; antes someteos también al colegio de los presbíteros, como a los Apóstoles de Jesucristo, esperanza nuestra, en quien hemos de encontrarnos en toda nuestra conducta» (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epístola a los de Tralia 2).
[5] Texto 5 SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epístola a los Romanos, 1, 2
[6] Texto 6
[6] «Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne (cf Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf Jn 1, 13) nacido verdaderamente de una virgen… Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato… padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente» (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epístola a los de Esmirna 1; citado en CEC 496).
[7] Texto 7
[7] «Escribo a todas las iglesias y les dejo bien claro que voy de buen grado a morir por Dios, si es que vosotros no lo impedís. Os ruego que no tengáis conmigo una benevolencia inoportuna. Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios. Trigo soy de Dios y he de ser molido por los dientes de las bestias para que resulte puro pan de Cristo» (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epístola a los romanos 4; citado parcialmente en CEC 2473).«No me servirá nada de los atractivos del mundo ni de los reinos de este siglo. Es mejor para mí morir (para unirme) a Cristo Jesús que reinar hasta los confines de la tierra. Es a Él a quien busco, a quien murió por nosotros. A Él quiero, al que resucitó por nosotros. Mi nacimiento se acerca…» (Idem, 6; citado en CEC 2474).